Y llegamos al fin de viaje. Antes del vuelo por la tarde, nuestra cicerone nos hizo un pequeño tour por el Bronx y alguno de sus recintos universitarios para cerrar de nuevo en Manhattan comiendo en un restaurante de comida dominicana (riquísima pero que ya ha cerrado) y miniparada en la Hispanic Society.
Y de ahí al aeropuerto JFK para volar a Madrid Barajas, esta vez sin contratiempos.
Exprimimos nuestra estancia todo lo que pudimos. Con esta entrada cierro el blog. Espero que os haya gustado y pueda ser de utilidad para vuestros futuros viajes a EEUU.
El viaje iba tocando a su fin, pero aún nos quedaban varios lugares neoyorquinos imprescindibles por visitar, como son la Estatua de la Libertad, Wall Street y Brooklyn.
Nos levantamos temprano y nos dirigimos a por el ferry que nos llevaría hasta la Estatua de la Libertad, previa reserva (25$/persona). No pudimos acceder ni a la corona ni al pedestal puesto que los tickets estaban agotados (hay que reservar con muchos meses de antelación).
Nos bajamos en la Isla de la Libertad y visitamos (o mejor dicho dimos la vuelta a) todo el perímetro. Es un bonito paseo y la vista de la Estatua es muy impresionante (también desde el ferry mientras te vas acercando).
De ahí, y antes de regresar a Manhattan, hicimos la otra parada del tour, Ellis Island, el islote adonde fueron a parar los aproximadamente 12 millones de pasajeros que llegaron a EEUU entre 1892 y 1954, convertida en una verdadera aduana que albergó duras historias como puede comprobarse en el Museo de la Inmigración sito en el mismo lugar.
Una vez realizada una visita rápida, regresamos en el ferry hasta Manhattan y nos dirigimos a visitar Wall Street con la imprescindible parada en el toro de bronce de más de tres toneladas. Pasear por sus calles te hace sentir dentro de una película y resulta muy llamativo observar las numerosas medidas de seguridad existentes.
Desde Wall Street nos acercamos a ver el One World Trade Center, sin subir a él, y a la plaza y fuentes en memoria de las víctimas del 11S. Impresiona y emociona estar a sus pies y contemplar cómo cae esa cascada de agua de la que no se ve el fondo en homenaje a los caídos.
Para terminar la jornada, nos fuimos a dar un paseo por Brooklyn, cruzando su famoso puente a pie. Desde el otro lado, las vistas de la ciudad son impresionantes, y os recomendamos un rato de descanso en la zona de césped o «playa» de Brooklyn hasta que anochece.
Cerramos el día con una cena en un famoso restaurante de Chinatown (Joe’s Shangai) para el que hay que coger número (tipo puesto de carnicería de supermercado) al que nos llevó Almudena, y cuya especialidad eran los dumplings rellenos de caldo.
A descansar porque el siguiente era el último día y volvíamos a casa.
El viaje se iba acercando a su fin, pero aún quedaba buena parte de Nueva York por quemar. Ese día tocaba paseo por el Soho, Chinatown y Little Italy con nuestra anfitriona.
El Soho es un barrio bastante bohemio en el que puedes comprar ropa de segunda mano o productos vintage, o pasar rato y rato en librerías cool. El paseo por la zona es muy agradable.
Chinatown es otro mundo. Con las calles llenas de bazares o puestos de mercado plagados de fruta y otros productos típicos chinos. Una zona muy colorida y llena de vida, que se está comiendo otros barrios.
Tocando con Chinatown, paseamos por Little Italy, área que va desapareciendo poco a poco. Unas callecitas llenas de encanto en las que nos encontramos una especie de procesión con banda incluida.
De ahí a probar el típico brunch neoyorkino en un local del Soho con los huevos benedictinos, rancheros o como quieras… ¡Riquísimos! (Al loro con las ofertas de Groupon).
Por la tarde tocaba subida al Empire State. La entrada cuesta 32$/persona (a nosotros nos salió algo más barato por el pack que comentaba en una entrada anterior). De nuevo mucho vértigo, pero es una visita imprescindible. Fergus aún se atrevió un poco más y pagó un suplemento para subir a lo más alto posible (la entrada estándar te deja en la planta 86). Lugar emocionante para los fans de King Kong como él. Allí, anécdota increíble, nos encontramos a un trabajador de la tienda de souvenirs de la planta 86 que se declaró del Barça y se sacó una estelada del bolsillo («Soy neoyorkino de nacimiento, pero culé de corazón», nos dijo). Oh my god…
Pequeña visita a la tienda de los M&M’s y para casa a coger fuerzas de nuevo.
Segundo día completo en Nueva York. Tocaba museos, Central Park y musicales.
Comenzamos la mañana visitando el Museo de Historia Natural de Nueva York, famoso por aparecer en numerosas películas y que hizo las delicias de Fergus con sus dinosaurios. Este museo, como el Metropolitan al que fuimos después, tiene un precio recomendado de entrada pero funciona por donativo, así que puedes elegir el dinero que quieres dar.
De ahí fuimos a visitar Central Park o, mejor dicho, una parte de él (el museo de Historia Natural y el Metropolitan están uno frente al otro en los laterales del parque), porque puedes pegarte horas y horas y no terminar de recorrerlo. Visitamos la zona Strawberry Fields, parada imprescindible para los fans de John Lennon, y paseamos por la zona de los lagos, el Shakespeare Garden y el Belvedere Castle (¡lo que me gusta a mí un castillo!).
Antes de marchar del parque, fuimos al Metropolitan. En el Metropolitan también tienes para estar horas y horas. Como no queríamos invertir mucho más tiempo de museos, nos dedicamos casi exclusivamente a la parte egipcia.
Concluimos el día y la tarde por Times Square. Vimos cómo anochecía y se iban encendiendo las luces de neón, nos fotografiamos con la estatua del Beso, entramos a la tienda gigante de Toys R Us y, como no podía ser de otra manera, asistimos a un musical. Nos decidimos por El fantasma de la Ópera (musical que llevaba más tiempo en cartel) y no nos defraudó. La escenografía era increíble, así como la calidad de las interpretaciones. Su BSO ya forma parte de mis favoritas.
Truco: en el propio Times Square, horas antes de las funciones, puedes y debes comprar las entradas. Encuentras buenos precios, más o menos al 50%. Aunque sigue siendo carillo, nos salió la entrada por unos 65 euros por cabeza. Merece la pena.
Pero antes de ir al musical, fuimos a cenar a Ellen’s Stardust Diner, una hamburguesería que nos habían recomendado por la particularidad de que los camareros no paraban de cantar canciones de musical mientras servían. Es más, la mayoría de los actores de musicales han comenzado trabajando allí (como se puede ver en los recortes de prensa y fotografías que llenan las paredes del restaurante), hay buena cantera. El local está en las propias calles de alrededor de Times Square, la cena sale por unos 20$/persona, y si vais a Nueva York debéis acercaros porque es una gran experiencia.
Tras el musical a recogerse, que el día siguiente no iba a ser menos.
Comenzaba nuestra aventura neoyorkina y contábamos con Almudena, una guía de excepción. Nos hizo patear pero que bien la ciudad (así terminé con buenas ampollas en los pies). En Nueva York, por mucho que penséis que vais a utilizar el metro, calzado cómodo sí o sí porque si queréis ver «todo» en cinco días vuestros pies no aguantarán.
Nuestra visita comenzó en el Columbus Circle. De allí, cogimos la Quinta Avenida y nos fuimos deteniendo en los lugares más míticos (Tiffany’s, la Catedral de San Patricio…), con pequeña parada en Rockefeller Center (donde volveríamos por la noche para subir a lo alto del edificio) y la Lego Tienda.
Después, llegamos al famoso Bryant Park donde días antes había estado grabando Rafael Nadal, escenario de numerosas sesiones de cine al aire libre, y al lado, entramos a la Biblioteca Pública de Nueva York.
Tras esto, cruzamos la Quinta Avenida para encaminarnos al edificio Chrysler, no sin antes entrar a la estación Gran Central Terminal. También nos acercamos hasta el edificio de las Naciones Unidas.
Ya llevábamos buena andada, pero descendimos por la Quinta hasta el Flatiron y comimos una hamburguesa en el Madison Square Park, en la cadena Shake Shack, altamente recomedable (unos 12$/persona).
Tras la comida, Almudena nos enseñó CUNY, donde nos dejó, y continuamos nuestra particular visita al centro de la ciudad. Aquí es donde tuve que hacer una parada en H&M para cambiar mis sandalias por unas zapatillas bien cómodas. Hicimos nuestra primera aproximación a Times Square, visitamos el MOMA (gratuito los viernes por la tarde), cenamos y nos dirigimos al Rockefeller. Las entradas para subir al Empire y al Rockeffeler las llevábamos compradas ya. Aun así, al llegar allí, hay que enseñarla y reservar hora, nos dieron a las 21 y pico de la noche (lo recomendable es ver anochecer desde arriba, nosotros no pudimos porque fuimos mal de tiempo).
Ahorramos unos cuantos dólares al coger un pack de Rockefeller y Empire por 45$/persona en Smart Destination (cada entrada son unos 30-35$, la New York City Pass y su análoga no nos compensaban si hacíamos cuentas).
Tras un día completo sin parar, ya era hora de coger el metro y dirigirse a nuestro hogar en Manhattan para descansar.
Nuestro último día en Filadelfia dio bastante de sí. Terminamos de hacer el tour en el Big Bus y después paseamos por el centro de la ciudad y visitamos el famoso Reading Terminal Market.
Este mercado es famoso por la presencia de Amish en varios puestos (como un horno de donuts con más de una treintena de variedades). Allí pudimos degustar otros productos típicos del lugar.
Después, antes de partir hacia Nueva York, aprovechamos para ver la mítica Campana de la Libertad, que tanto significa para los estadounidenses.
La conclusión es que la ciudad vive de la Campana y de Rocky, mal que les pese esto último.
A media tarde, llegó la hora de coger el bus hacia Nueva York, donde nos esperaría Almudena para acogernos en su casa en esta última etapa del viaje. Esta vez viajamos en una curiosa compañía de bus china (Focus Travel Inc.) que casi deja en tierra las maletas de un pasajero (que para colmo era chino). 12$/persona, una par de horitas y en New York. Metro, Domino’s pizza para cenar y a descansar para comenzar el pateo de la ciudad.
Podría decirse que este fue nuestro día menos intenso del viaje. Después de volar toda la noche, no pudimos evitar la tentación de quedarnos dormidos un par de horas en el hotel antes de continuar nuestras aventuras.
Nos alojamos en el Ramada (67 euros/noche), no había demasiados hoteles en la ciudad y este era el más económico.
Lo más complicado, llegar del aeropuerto al hotel. Afortunadamente, a pesar del acento cerradísimo de los locales, fueron muy amables y nos ayudaron con los autobuses.
Del hotel había un autobús que te dejaba en el centro en unos 20 minutos. Puesto que no teníamos mucho tiempo en la ciudad, allí nos cogimos el bus turístico para no perdernos lo básico (Big Bus, unos 25 euros/persona), pero antes dimos un pequeño paseo y descubrimos la zona de Chinatown.
La zona de la Campana de la Libertad, museos, iglesias y, por supuesto, el Museo de Arte archifamoso por la película Rocky.
Aunque los guías llevan muy mal que sus escaleras y la estatua de Rocky sean lo más visitado de la ciudad (pobre Stallone), nosotros no pudimos evitar bajarnos y hacernos las fotos de rigor. Y, por supuesto, subir las escaleras de manera épica como en la peli.
Tras este paseo, cenamos el famoso Philly Cheesesteak en Sonny’s (228 Market St, Philadelphia, PA 19106), uno de los locales más famosos, un bocata de carne de cerdo desmenuzada y queso. Muy rico.
Última día en Los Ángeles. Teníamos hasta la noche para terminar de exprimir la ciudad y aún nos quedaba una cita ineludible, comer en el restaurante de la madre de Spielberg.
Pero antes fuimos a visitar la casa donde se rodó El príncipe de Bel Air, una de las series más míticas de nuestra infancia. A diferencia de lo que pasó en la casa de Thriller o Embrujadas, aquí la gente se sorprendía de que estuviéramos haciendo fotos e incluso un coche se paró a preguntarnos el motivo de nuestro interés. Por si a alguno le apetece la dirección es 251 de North Bristol Avenue.
De allí a comer al Milky Way, el restaurante de la mismísima madre de Steven Spielberg (9108W Pico Boulevard, CA 90035). El local está lleno de fotografías y objetos de las películas de su hijo para alegría de Fergus. La comida es buenísima; los platos son judíos. Por unos 20$/persona comes de lujo (sinceramente probablemente la mejor comida de todo el viaje).
Y el plato sorpresa fue conocerla. En los postres salió a saludar a los comensales, pudimos hacernos una foto con ella y contarle lo que admirábamos a su hijo. Una mujer ya muy mayor pero encantadora.
El último cartucho, las playas de Malibú. Escogimos Punta Zuma, el famosísimo rincón donde se rodó el final de El planeta de los simios, justo donde se ve la Estatua de la Libertad.
Nos dimos un baño, nos limpiamos como pudimos, y ya a devolver el coche a la sucursal de Álamo del aeropuerto y a volar hacia Filadelfia en un vuelo con escala en Cincinnati (de 22:30 Los Ángeles a 8:47 Filadelfia, con cambio horario incluido). Así que, al contrario que nuestro querido Will Smith, fuimos de California a Filadelfia.
Y tocaba nuestra segunda estancia en Los Ángeles. Llegábamos con muchas ganas porque nos quedaban todavía grandes citas. La primera, la visita a los Estudios Warner. Nos decantamos por el tour de dos horas en español (unos 55 euros/persona) porque nos lo había recomendado una amiga, y de verdad merece la pena.
Paseas por calles donde se han rodado miles de películas y, lo más curioso es descubrir, cómo una misma calle, que no tendrá mucho más de 50 metros de largo, sirvió para rodar cintas tan dispares como Blade runner o El último samurai, con meses de trabajo de los decoradores de por medio.
Allí descubres también cómo hay jardineros que se dedican a quitar las hojas de los árboles una a una y a mano para simular el invierno o, cómo en muchas series, la fachada y la parte trasera de una misma casa sirven para alojar al protagonista y a su archienemigo.
El tour incluye la visita a las exposiciones de Batman y Harry Potter. Incluso puedes jugar a ponerte el Sombrero Seleccionador… ¡a mí me salió Griffindor!
También hay otra exposición de coches de Batman, los reales, de varias películas. Alguno de ellos supera el millón de dólares.
La ventaja del tour en español es que te enteras absolutamente de todo y disfrutas mucho más con las anécdotas y las historias que encierra el estudio.
Al finalizar el tour, te dejan en otra especie de museo donde te diviertes como un enano. Es chiquito pero matón. Lo que más nos gustó fue jugar con el croma a lo Harry Potter (eso sí, de hacerse con el vídeo nada, porque costaba más de 50 dólares), o vivir en propia piel los trucos visuales de la primera parte de El señor de los anillos.
Por último, pudimos sostener y alzar un Oscar real, lo cual, a los amantes del cine, les hace bastante ilusión. Y también sentarnos en una réplica del bar de Friends.
De allí nos fuimos al Observatorio Griffith. Estaba cerrado pero solo queríamos disfrutar de las vistas de Los Ángeles y su Downtown desde su terraza. No defrauda. Espectacular.
Nuestra siguiente cita, de nuevo cinéfila, las Cuevas Bronson, en las que se grabó Batman del 66. Un lugar bastante desconocido donde me pareció que se hacía, también, la mejor foto del letrero de Hollywood del viaje (o al menos del nuestro). Dio la casualidad de que creo que nos encontramos con unos cantantes grabando un videoclip (los que nos hicieron la foto juntos). Mi teoría es que se trataba de The Alarm (de hecho por fechas cuadraba porque estaban de gira por los EEUU), pero todavía no he podido desvelar la incógnita.
De ahí nos fuimos a visitar un par de casas muy famosas, la de la serie Embrujadas (1329 Carrol Avenue, LA, CA 90026) y la del famoso videoclip Thriller de Michael Jackson (1345 Carrol Avenue, LA, CA 90026), ambas en la misma calle y casi seguiditas.
El día aún daba de sí y nos fuimos hasta el Downtown a dar una vuelta. Los edificios más altos de Los Ángeles. Eran las 17h aproximadamente y no había ni un alma en la calle. Vimos el Walt Disney Concert Hall (donde aparcamos por un precio muy razonable), parecidito al Guggenheim de Bilbao, el City Hall para rememorar a Superman, y nos acercamos hasta El Pueblo (Olvera Street), unas calles de sabor mexicano con tenderetes.
Se hacía de noche y, antes de recogernos, nos acercamos hasta el famoso puente de Grease (aunque no tenemos claro claro si llegamos a él). Dimos vueltas y más vueltas y, por si acaso, nos hicimos una foto. Hace unos días leí en las noticias que lo han demolido…
Cenamos en El Pollo loco, que nos había hecho gracia y era un homenaje a un amigo.
Y a descansar en nuestro hotel pues el día siguiente iba a ser intenso. La estancia en el Royal Century Hotel (43330 W. Century Blvd., Inglewood) fue económica (unos 52 euros/noche con desayuno, aunque no lo catamos porque no nos venía bien por los horarios).
Tocaba una nueva aventura. Nuestro viaje más largo en coche. Volver a Los Ángeles pasando por Silicon Valley, teníamos una serie de paradas imprescindibles. Así que nos levantamos temprano y volvimos hasta el aeropuerto de San Francisco en el BART para recoger nuestro coche alquilado. Esta vez cogimos uno más pequeño, un Nissan Versa si mal no recuerdo, porque yo no me atrevía con uno grande. En EEUU solo quieren darte coches grandes pero nosotros tuvimos una buena experiencia con este, os lo recomiendo. Era mi primera vez con un coche automático y fue estupendo.
Primera parada: Garaje de HP. Los inicios.
Segunda Parada: Facebook. Hace ilusión hacerse una foto con el cartelito.
Tercera Parada: Google. Esta merece realmente la pena. Su sede en Mountain View es inmensa. Todo personalizado con los colores de Google, hamacas, mesas, bicicletas con las que se desplazan entre los edificios los propios trabajadores, el T-Rex, los muñequitos de las versiones Android… Simplemente genial.
Cuarta parada: la casa de Steve Jobs. Ahora pertenece a unos particulares que deben de estar fritos de tanto visitante.
Quinta parada: la actual sede de Apple y su 1 Infinite Loop. Nada del otro mundo. Eso sí, la que están construyendo va a ser la bomba.
Antes de proseguir nuestro viaje decidimos comer en un lugar mítico para los informáticos, el Outback, restaurante favorito de Wozniak perteneciente a una cadena de restaurantes australianos especializado en carne asada. Muy rico (unos 19$/persona).
Y de ahí tocaba volver a Los Ángeles. Todavía unas 5-6 horas con una carretera en obras y con bastante tráfico. Como nos turnamos, a pesar de estar todo el día en el coche, fue llevadero y mereció realmente la pena. Paramos a repostar en Denny’s, una cadena famosa, y en la gasolinera de al lado descubrimos lo imposible de pagar la gasolina con nuestra tarjeta de crédito al no poder introducir un ZIP americano. Menos mal que los estadounidenses son muy amables y te ayudan en todo.
Al llegar allí, cenita rápida y a descansar. Aún nos quedaban unos días para terminar de exprimir LA.